Por Marcos Fabián Herrera
Son dos facciones con los mismos intereses y los inveterados privilegios, las que hoy, en medio de la estridencia de sus arengas y la grandilocuencia de sus discursos, se creen, con claro acento mesiánico, las portadoras del mensaje redentor. Así lo ha sido aquí a lo largo de todo ese periodo de tiempo que con pomposidad la historia llama vida republicana. Esa tentativa por replicar instituciones herederas del estado liberal y la democracia moderna. Si en el siglo XIX eran Gólgotas y draconianos; hace 50 años liberales y conservadores, hoy, dos élites con el mismo prontuario y distinta vestimenta, con la sangre de los pecados compartidos y los linajes palaciegos; la una desde Anapoima y la otra desde El Ubérrimo, luchan por concebir una componenda que les asegure protección y blindaje.
En medio de la confusión que nubla el entendimiento para el ciudadano de a pie, debe imponerse una sociedad civil, hasta ahora adormilada en las glorias pasajeras y presa de las simplificaciones de un país frívolo y sin norte ético. Porque quienes hoy se reúnen para discutir un acuerdo porque simulan estar en orillas contrarias, han sido comensales invitados al mismo banquete en el último medio siglo. Han devorado las vituallas y las exquisiteces preparadas en la misma cocina. Han disfrutado, con indolencia, en azuzar a las masas para que caigan en la rapiña de la ración de comida. Han pervertido el voto para convertirlo en el infame instrumento de manipulación y hambre. Han sellado pactos para librarse de las responsabilidades que cargan por obra de las culpas comunes.
Si han de surgir cerillas para alumbrar la oscuridad, éstas deben encenderse para multiplicar la llama en las velas de quienes no han sido invitados al festín de los poderosos. Una sumatoria de esfuerzos que convoque al país rural, el mismo al que emborrachan en la víspera de las elecciones; el que produce la comida para las urbes hoy sumergidas en el desespero de la supervivencia. Liderar ese proyecto transformador debe ser una tarea inaplazable para quienes nos esforzamos en hacer de Colombia algo más que una nación fallida y una latitud extraviada. El encargado de orientar esta tarea debe estar blindado de firmeza moral y dotado de vocación reformista.
Por encima de cálculos electorales, suspicacias partidistas y prevenciones ideológicas, hoy experimento una profunda emoción ante la posibilidad de ver a un profesor en el próximo debate presidencial. Por qué ocultar que ver al orador moderno más descollante en Colombia postular su precandidatura me gratifica. Para qué negar, que considero un privilegio, tener la opción de votar por Jorge Enrique Robledo en las próximas elecciones presidenciales. Las calles, los campos y las ciudades lo esperan con el mismo mensaje que con valentía ha expuesto en sus muy celebrados debates parlamentarios. El mismo que en sus lúcidas disertaciones señala con precisión los entuertos y dilucida con admirable capacidad argumentativa los temas agrios y densos. Mucha suerte senador Robledo.


Fecha: