Argumentación reprobada

Argumentación reprobada

Por Marcos Fabián Herrera
Lo seguían con obsecuencia y veneración como se siguen a las efigies de los santos en las procesiones religiosas de los pueblos. Lo aplaudían mientras subía al estrado y se acomodaba las gafas para detallar las rodilleras de sus remedos. En ese mismo auditorio, fue rodeado y lisonjeado por muchos de los dirigentes que hoy succionan la ubre oficial y se acomodan a la sombra del samán burocrático. Debe añorar el servilismo de quienes usufructuaron y cosecharon réditos electorales cuando su dicción montañera conquistó los oídos de los gamonales de provincia. Ahora, sin el poder que concede dominar el presupuesto del estado, acude a las falacias, al grito y la argumentación tramposa. Con la cara de seminarista que enternece a las señoras, y su oratoria patriotera que seduce a ex alcaldes de parroquia y arribistas de vereda, tomó el micrófono convencido de la perdurabilidad de sus palabras y seguro de las tretas discursivas de su compota de verbosidad venenosa.
Con los artilugios de la marrulla, y los espejismos dantescos que las predicciones apocalípticas de todos los flancos insisten en vender, la historia de las ideas ha de reseñar este episodio de la historia nacional con el eslogan propagandístico con que se publicita al país en los aeropuertos y las vallas de las agencias de turismo: Colombia es pasión; y si se me permite, negación de la razón.
Quien hoy incendia campos y ciudades con afirmaciones mendaces y arengas inflamables, sabe que su herramienta es la verdad a medias o la mentira pronunciada con tono ampuloso y solemnidad de mártir. Conoce a la perfección la sensibilidad ligera de sus auditorios, que con frases trajinadas y una teatralidad impostada, hace aflorar la emotividad de este país antojadizo y caprichoso. Si algo ha demostrado ésta frenética campaña del plebiscito, es nuestra inmadurez argumentativa y nuestro infantilismo político. En las corrientes de los dos ríos, la de la discusión ciudadana y el debate civilizado, y en la de la concepción de ideas y revisión sosegada de los dogmas, somos nadadores bisoños atrapados en la vorágine del charco menos profundo. La tienen fácil los caudillos con retahíla de arriero.

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