La verdad aplazada

La verdad aplazada

Por Marcos Fabián Herrera
Cuando la impunidad es un indeleble rasgo, y la justicia no deja de ser la mujer vendada que da palos de ciego en el aire, las heridas de un país se convierten en llagas incurables. Para que cicatricen, es necesario las medidas correctivas de los jueces, la identificación y las acciones de perdón de los victimarios, la comprensión y piedad de las víctimas, y los relatos desapasionados del pasado.
Nada de ello se ha intentado hasta ahora en un país en el que el clamor justiciero es un grito perdido en el abismo. Luego 17 años de inútiles pesquisas, inculpaciones confusas, oscuridad procesal y un intricado amasijo de testimonios y nombres que mutan a cada rato, pero que sólo confirman la obstrucción a la luz esclarecedora, el asesinato de Jaime Garzón, sigue sin resolverse.
El humor político de Garzón, sus bufonadas geniales y su inteligente desparpajo, encarnó lo que siempre se ha dicho de este país amante de la solemnidad : él decía lo que muchos pensaban y nadie se atrevía a poner en palabras. Y quizás la desidia de la justicia ante el crimen del humorista sea una broma más fraguada por Heriberto de la Calle. Reducido a voluminosos infolios extraviados en los sótanos en los que se condena a la verdad, el caso de Jaime de Garzón, debe avergonzar a quienes no toleraron la risa como antídoto contra las penas diarias de Colombia. Con seguridad, él se carcajea de todos, mientras nos ve presos en la indiferencia y el egoísmo.