Correspondencia tardía

Correspondencia tardía

Por Marcos Fabián Herrera Muñoz
De las casas ubicadas en el vecindario, la de Damián, era la última en recibir las cartas y los recibos. Las epístolas de los familiares residentes en el extranjero llegaban con un retraso atípico. También los periódicos y las invitaciones a los agasajos y celebraciones del pueblo, le llegaban con una tardanza pasmosa. Hasta la hojarasca arrastrada por los vientos de agosto demoraba en llegar al umbral de su antejardín. Siempre vivió en la morosidad que significó enterarse de manera tardía de los hechos, y en el dislocamiento de los tiempos en el calendario que como una conjura convertía su vida en un anacronismo.
Como ocurría con la casa de Damián, a Colombia todo llega tarde. Mientras países con democracias incipientes han zanjado discusiones elementales y acordado pactos de convivencia sobre pilares como la educación laica, la pluralidad ideológica y la inclusión de minorías, en nuestro país, las sombras inquisitoriales se asoman con frecuencia para espantar las ideas reformistas y someterlas al destierro.
Pero también en la ciencia, el arte, la cultura, la tecnología y la academia, Colombia ejemplifica un asombroso caso de aplazamiento de las tentativas modernizadoras. Las corrientes de ideas que han pretendido renovarnos e insertarnos en el diálogo mundial, han sido abortadas por fuerzas regresivas que impiden la concreción de todo proyecto de apertura cultural.
Por ello, nos solazamos lanzando a la pira medieval a quien se atreve a nadar contra la corriente; a contrariar los preceptos de un país cavernario y anquilosado. De la misma manera que el sabio Caldas murió fusilado en la plaza del Colegio Mayor del Rosario, por intentar hacer ciencia y descifrar los cielos, ahora en las redes sociales y en los corrillos de la hipocresía, linchamos y fusilamos las corrientes renovadoras que intentan germinar en la aridez colombiana.

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