La orfandad que padecemos los lectores, será remediada con un periodismo investigativo que sepa indagar con pertinacia y olfato, las elementos dispersos de un caso en el que convergen los intereses de constructores mediocres y políticos bribones. La ciudadanía lo reclama con urgencia.
Por Marcos Fabián Herrera
La corrupción, inequívoco síntoma de la degradación moral de la sociedad, trae consigo las más abyectas prácticas y anomalías morales. Además de los saqueos al patrimonio público, las actuaciones contravenidas estimulan un estado larvado de laxitud ética y estancamiento ciudadano en el que se transigen los principios y se negocian los preceptos. Cuando se desdeñan los pactos sociales, se anulan los acuerdos civiles instaurados como derroteros en las democracias liberales, y se pervierten los valores monetizando las relaciones y flexibilizando los comportamientos. Es ahí cuando la prensa debe erigirse como un potente faro que ilumine la penumbra de la descomposición de los gobiernos y las instituciones; si no actúa de esa manera, secunda con el silencio cómplice y contribuye a enconar la decrepitud generada por quienes han obrado de manera deliberada desconociendo las leyes.
En América Latina, la malversación de recursos y la expoliación del estado convertida en fácil camino para escapar a la miseria y asegurar el bienestar, es una arraigada costumbre de los gobernantes cohonestada por buena parte de los gobernados. La ilicitud, es una vergonzosa impronta que nos ha mancillado el rostro como región. La creencia que asume la dirección del gobierno como una privilegiada ocasión para usufructuar sin piedad el erario, ha fracturado de manera sistemática las normas esenciales del aparato social. Pero también ha socavado el esencial derecho de la información y el debate público.
La simbiosis de los medios de comunicación con el gran capital económico y los gobiernos de turno, ha creado un estado de embotamiento emotivo para distraer y manipular. De manera soterrada, se cometen los latrocinios más abominables, se configuran mafias apoyadas en la sofisticación jurídica y se compran funcionarios de la medianía burocrática. Cuando la prensa actúa como una pieza más del espurio engranaje, se anticipan las impunidades.
Sorprende que los periódicos del sur de país no hayan investigado con rigor y amplitud los actores con presunta responsabilidad en el colapso del estadio de Neiva. Quienes han osado en desentrañar los detalles de este caso con visos operáticos han sido valientes dirigentes cívicos y excepcionales políticos. Si ellos estuvieran acompañados de agudos reporteros que enriquecieran con sesudos informes y reportajes el esclarecimiento del caso, los ciudadanos contaríamos con insumos para conocer quienes concibieron el entramado de desidia, ambición y mendacidad.
La orfandad que padecemos los lectores, será remediada con un periodismo investigativo que sepa indagar con pertinacia y olfato, las elementos dispersos de un caso en el que convergen los intereses de constructores mediocres y políticos bribones. La ciudadanía lo reclama con urgencia.