Huilense Manuel Cortés Castañeda, la voz poética de Palestina

Huilense Manuel Cortés Castañeda, la voz poética de Palestina

Miguel de Leon.
Los poetas han entregado su palabra a Palestina y sus niños. Han escritos poemas después de ver tanta sangre que corre por las calles, tantos muertos luchando por un lugar en el olvido, tantos sueños sacrificados en lo más hondo del odio. Manuel Castañeda es huilense, es riveriano de nacimiento y de espíritu, por eso ha realizado un poemario titulado La Hora de los Buitres, de ahí, sacamos para Noticias al Sur algunos poemas, para no olvidar lo sucedido, ahora que se habla de una acuerdo de paz patrocinado por el buitre mayor.

Perfil
Manuel Cortés Castañeda, nacido en Rivera, Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj–Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006

GAZA EN EL CORAZÓN
Cuánto será el dolor, cuánta será el hambre y el miedo y el terror y la angustia y el Infierno que hoy, bien de mañana, tocaron a la puerta y abrí como quien abre porque tiene que abrir… y era una niña gazatí. El susto fue de súbito y pensé que solo era un sueño e intenté despertarme, pero no pude lograrlo porque ya estaba despierto. La miré como solo sabe mirar el asombro y estaba hecha de pedazos, muchos pedazos que alguien había pegado con esmero y amor y casi todos ellos no correspondían, no eran de la misma niña, sino de muchas otras niñas y me miraba como si mirara más allá de mi mirada y en su mirada sentí todo el dolor del mundo, toda la tristeza, todo el abismo… Cómo era posible —pensé— que una niña de Gaza, tan distante, tanto mar, tanta sangre, tanto odio, hubiera llegado hasta mi puerta… ¿Era tanto el sufrimiento, había crecido tanto, tantas bodegas de dolor en su cuerpo delicado, en su corazón, que se habían desbordado y derramado, arrastrándola y trayéndola como en presagio de amor, quizás una magia hasta mi puerta? Fue entonces que sentí que el dolor y toda su sustancia, todos sus flujos, todos sus desechos y huellas, todos sus olvidos, no tiene ni espacio, ni tiempo… siempre está en todas partes, aunque no sea de estos rumbos, incluso el dolor que aún no existe y todo el dolor que nos espera como una novia aún virgen con su vestido ya hecho harapos. Salí de mi ensueño, de ese instante en que todo puede ser, suceder, perecer, aunque no te des cuenta y me incliné y la tomé entre mis brazos y regresé al cuarto y la puse en la cama, pero se me hizo pedazos, muchos pedazos qué sangraban y se quejaban como solo se quejan la muerte, la nada, el silencio. Bajé rápidamente al garaje a buscar un frasco con pegante y desde ese día todo cuanto hago es pegarla y aunque quisiera hacer otras cosas no puedo, no quiero y cuando logro poner el último pedazo y otra vez me vuelve a mirar, vuelve a respirar, casi hablar, nuevamente, de inmediato, se hace pedazos y la angustia y su dolor se ceban en mi desespero, pero sé que tengo que pegarla cuantas veces tenga que pegarla y no me importa que pegar sea para siempre mi destino…

ADIÓS
Me duele el corazón, duele el vacío, el tiempo es una herida, una herida el silencio, los zapatos me sangran, sangra incluso el olvido, y me quema la nada y me quema este adiós tan tuyo y mío… Ella marcó sus huellas, yo las seguí dormido, el dolor las borraba, la angustia, lo sufrido, y las piedras salían a divagar conmigo, y la lluvia llovía monstruos en el delirio… cuántas veces sonámbulo sangro lo que no es mío, el dolor también duele, la noche es un abismo, quiero agarrar la nada y que sangre el deseo, el aire es una herida, una herida respiro, se desangran tus besos, las miradas, los sueños, los horrores, fantasmas, los instantes perdidos, y el vestido que lleva la novia al matadero…

ORACIÓN POR PALESTINA
Levanta esa piedra que acabas de mirar sorprendido, levántala con toda la audacia de tu corazón, todos tus sentidos… quizá sea la misma piedra que tirabas al río una y otra vez cuando, finalmente, podías escaparte de tus amigos para estar solo y te hundías con la piedra y nadabas hasta el fondo de tu Intimidad… Levántala y tírale uno de tus tantos hechizos, y háblale como antes lo hacías, con amor, con toda la pasión en tus pupilas y haz que crezca todo cuanto quieras, y que sea noche y día y sueños y derrotas, y vuelve y tírala como tantas veces, como cuando niños en lo más profundo del mar y pídele que llueva hasta que la tormenta se convierta en un fruto podrido de sol y después exígele que se haga tsunami y que traiga todo tu dolor, tu angustia, tus eternos horrores y se lleve hasta la mierda toda esta vacada de infames que se valen del amor para chuparnos nuestros más íntimos embriones, y tragarse lo más delicado de nuestros fetos, tantos inocentes, tantos sueños, tantos silencios y hasta la misma muerte que llora y se enferma ante tanta avaricia, tanto odio… y la gula que se atraganta engulléndose los despojos de la fertilidad…

EL AMOR EN PALESTINA
Como esas sombras que uno cree que son solamente sombras, pero que aún cargan su tragedia, su silencio, su herida de lamentos, hoy he visto el amor merodeando en el barrio donde vivo, y pensé que era solo cosa mía, o quizás de mi estrabismo, de mis repentinas desapariciones, pero era el amor, y estaba hecho una mierda, encogido, sucio y ya casi sin mirada, y tanto que ya no era más que su otra mitad; la locura que ha sido su soporte y su espejo aún antes de que la primera flecha desangrara el primer corazón… Quise acercarme y decirle algo, quizás consolarlo, compartirle una Coca-Cola, un Quarter Pound Burger, pero me quedé varado en el deseo, prisionero del asombro, untado de angustia y horror… y qué curioso, en el cuello llevaba una bufanda con la bandera palestina untada de lágrimas, lamentos, noches en vela y pedazos de órganos todavía frescos que parecían manchas de un sol crepuscular. Sin pensarlo dos veces me le acerqué y me le derramé en los brazos, le dije palabras dulces que yo mismo desconocía y saqué el pañuelo y le limpié la cara, le humedecí los labios con mi dolor, lo peiné con los dedos de la angustia y lo tomé de la mano y quise arrastrarlo hasta un restaurante para que comiera y se recuperara y, quizás, con la idea de llevarlo a casa y bañarlo y cuidarlo y meterme en su abismo, encenderle una vela en su mirada, pero me detuvo y me dijo sin mirarme a la cara que él estaba bien y que el dolor de tantos que en los campos de la muerte se habían quedado sin disfrutar de sus secretos más hondos, sus deseos más ocultos, le eran suficiente alimento… Que había perdido la memoria y que ya tan solo le quedaba la locura, su amada eterna, su herida encarnada y que mientras ella se había detenido en un chiquero de fantasmas a comprarle un poco de cocaína para mitigar su tragedia, él seguía con su tarea de recoger desechos en los cubos de basura para luego regresar al campo de batalla a alimentar a los muertos que seguían luchando a pesar de estar muertos contra los ejércitos de un dios hecho de odio y de venganza. Creo que finalmente me miró y sonrió, pero no estoy seguro, y se marchó hasta perderse en los últimos desperdicios del silencio… Ahora de la mano de la locura que también regresó al campo de batalla aquella tarde sin tiempo a buscar entre los escombros, cabezas, miembros, lamentos, lágrimas, manchas de sangre, miradas y palabras a medias, espasmos y quejidos que con ternura y cuidado envolvían en sábanas blancas para después entregar los atados a las madres que habían quedado con los brazos abiertos antes de ser consumidas y digeridas por el odio y sus secuaces…