Simón el Bobito

Simón el Bobito

Por Marcos Fabián Herrera Muñoz
Arrullado por la voz meliflua del padre, al pastelero lo habrá llamado no sin antes haber convenido el precio del mendrugo. Que en este caso, no es irrisorio. El pastel de antojos reúne toda la levadura del devaluado partido del batiente trapo color sangre, que se ha sabido endosar e hipotecar abjurando del ideario de Eustorgio Salgar, Darío Echandía y Jorge Eliecer Gaitán. Al preguntar por el cuartillo con que ha de pagar el delfín, el avinagrado dador de coscorrones, sabrá precisar la valía de la componenda: votos de las huestes de renovados Santofimistas, rejuvenecidos Serpistas, otrora Samperistas, hoy todos entrenados trapecistas.
Al buscar en los bolsillos el buen Simoncito, no sin antes preguntar si será necesario leer la breve acta que testificará la caída de bruces, el infante dirá que no tiene unito, sino miles. Los cardúmenes de dinero que florecen de manera silvestre en las campañas que su papá sabe agenciar por enigmáticos guiños del destino. Los caciques de provincia, siempre ávidos de superintendencias y notarías, ministerios y embajadas. El pescado y las nueces, las ciruelas y los naranjos, serán llevados en volandas, por los dóciles leñadores de la costa y Antioquia, el Cauca y el Tolima, todos ellos, negados para la comprensión ideológica y ávidos para las viandas burocráticas.
Creerá el buen Simoncito que la suya, al igual que la del padre, es una carrera signada por la estrella primorosa que da empellones en los giros decisivos en los que la historia reclama la presencia de prohombres como ellos. A su progenitor, dicho arcángel protector, le hizo presencia en el entierro del caudillo que se proclamó combatiente y repulsivo al trato de quienes hoy gozan del afecto de su fórmula presidencial: malandrines de vereda, rufianes de pasillos y capos de provincia. Pedirá el repartidor de casas, que los días corran raudos. Por cada hoja que cae del calendario, un buen número de sus alfiles marchan a la cárcel.
Simoncito le dará ternura y calidez, gracia y sutileza, a la fórmula integrada con un hombre de irreflexión verbal y hosquedad en el trato. Escuchará los consejos de su padre, artífice de aperturas económicas y apagones, de ecuaciones neoliberales y negociaciones multilaterales. Siguiendo la tradición familiar, Simoncito, después de entregar su agudeza y energía a la patria, merecerá como su padre, una secretaría cómoda y sosegada, con un buen cojín y buen estipendio. Simoncito, luego de apagar los muchos incendios que el pirómano de su presidente ocasionará, nos demostrará que el Bobito era el personaje de Rafael Pombo. No él.