¡Oh arcadia del Huila, son tus hijos capitanes!

¡Oh arcadia del Huila, son tus hijos capitanes!

Por Edwin Tamayo Peña
El sin sabor de quien toma las riendas de un poblado, para deliberar su trono en la alcaldía, es una intriga constante y más aún cuando las elites políticas tradicionales dejan a la empresa ciudad luz del Huila, en un déficit inmensurable. Cuantos capitanes son responsables del barco que desdibujaron en el ocaso de las urnas “democráticas” transformándolo en un náufrago que se desvanece al no observar en la espléndida lejanía la tierra. Ese forcejeo constante entre liberales y conservadores, los de derecha, los de izquierda. Segados a conseguir a toda costa el botín de fortunas de la muchedumbre, aun cuando el objetivo pertinente de los rufianes se hace explícito en el aire, aquellas ratas de un laboratorio que fue puesto a germinar por mucho tiempo obstaculizan los caminos reales de su gran afán social; produciendo un sinfín de daños a la tierra del precursor Francisco Martínez de Ospina.
De la misma manera que Rodrigo Lara, como médico esplendido y a cargo de la cirugía más grande que jamás se podría haber imaginado- extirpar un tumor cancerígeno que hizo metástasis en el tórax de Neiva.- Como la definió en días pasados el ilustre Marcos Fabián Herrera Muñoz, así, de esta misma manera alguien desde un lugar cualesquiera y remoto, debe enfatizar las tildes en aquellos problemas cancerígenos que debilitan lo insuficiente que queda de la arcadia del Huila, una molienda campesina que aclama con ciega suplica la ayuda de las concentraciones, que anhela estar a la mira de la reivindicación de aquello que se le fue arrebatado. Pero, al parecer a casi nadie le interesa la asfixia que posee el pueblo y a los pocos que les ha interesado les han reembolsado en grandes regalos las bocanadas de aire que tenían para dicho fin; las injusticias pasan de norte a sur, de este a oeste, los medios las afirman los devenires que acontecen, pero ni el murmullo de intriga se siente en el entorno, las pocas propiedades del pueblo son vendidas por un mequetrefe a precio de huevo, y las estirpes condenadas parecen que en realidad van a vivir cien y muchos más años de soledad, política, social, económica.