Para el escritor huilense, el 7 de agosto sólo comenzó un proceso que no ha terminado. El debate está abierto.
Miguel de León.
Desde antes de 1810, se comienza a conspirar abiertamente en los pueblos de los conquistadores. Comparada con la conquista, la guerra de la independencia es corta y el español expulsado. Pero la independencia aumenta las dudas; anexarse al nuevo amo del norte o separarse del todo. Los Latinoamericanos buscamos desesperadamente modelos de progreso en las naciones sinónimas de la modernidad: Francia, Inglaterra y Estados Unidos. “Le dimos la espalda a nuestra tradición. A la española, por colonial y retrógada. A la india y a la negra, por bárbaras” (Carlos Fuentes). Se libró una guerra contra el absolutismo monárquico en nombre de ideas liberales y de instituciones republicanas, conocidas de oídas. Buscamos modelos que no tenían nada que ver con nuestra realidad. Nariño tradujo del francés en 1795 “La Declaración de los Derechos del Hombre”, Bolívar fue educado en los principios de Rousseau. Miranda fue amante de una zarina mientras recorría Europa buscando recursos para la lucha americana. El país legal no tenía nada que ver con el país real. “La constitución de Colombia fue escrita para los ángeles, no para los hombres”, escribió Víctor Hugo. Esa ausencia de un modelo propio, nos llevó a la deriva entre la anarquía y la dictadura.
En ese proceso emancipador, sólo dos cosas perduraron y lograron dar cohesión a las nuevas naciones: la identificación con una patria y la pertenencia a una cultura. La nueva élite buscaba en la educación, la cultura y la riqueza su razón de ser. Pero el Estado que surgió de la guerra de la independencia no recogió la pluralidad cultural y por encima de ella, colocó el desarrollo económico. Las consideraciones sobre “la identidad” fue desarrollada mucho antes de la república por el inca Gracilazo de la Vega, a través de símbolos y representaciones provenientes de la cultura indígena, pero como hacerlo en un continente cuya lengua es hija del latín y del griego, que ha profesado por siglos una religión de origen hebreo, llena de mitologías griegas y romanas. Y los criollos independitistas, señores de hacienda y amos de esclavos negros e indios, tenían una tendencia “natural” a buscar en Europa su propia identidad. Su modelo de gobierno surgió de la Revolución Francesa, de las instituciones liberales europeas y sus discursos, cartas y proclamas estaban llenas de alusiones latinas y grecolatinas, de giros renacentistas y de terminología francesa. Apegados a a la corona inglesa y francesa.
Nuestros “padres de la patria” no hicieron una revolución republicana, que removiera las bases sociales y revolucionara el anquilosado modo de producción. Eso ninguno lo hizo. El único héroe progresista de esa generación, no ocupó ningún puesto de relevancia ni con Santander ni con Bolívar, y cayó pronto al olvido: José María Melo, el primer indígena que llegó a ser Jefe de Estado en un país americano, intentando hacer las verdaderas reformas que necesitaba el país, frente al cual tanto liberales como conservadores aunaron esfuerzos y pusieron sus intereses de clase por encima de su ideología y en tan solo 10 meses no solo lo derrocaron y acabaron con su “República de Artesanos”, sino que desterraron a sus más fieles seguidores a las selvas de Panamá, donde morirían víctimas de enfermedades como el paludismo o la fiebre amarilla.
Esta situación de dependencia, creó dudas sobre la verdadera integración entre los criollos y la masa de indios y mestizos. En ese sentido es ilustrativa la posición de Bolívar planteada en la Carta de Jamaica: “no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él, contra la invasión de los invasores . . .” Bolívar plantea que los indios son los legítimos propietarios del país y que los españoles son los usurpadores, los criollos (hijos de los usurpadores) han nacido en América, pero sus derechos son los de Europa y ellos deben expulsar a los usurpadores , no para devolver las tierra a sus dueños originales, sino para adueñarse de las mismas. Es decir, la independencia culmina la tarea de la conquista americana.
“La libertad fue proclamada, la igualdad fue olvidada” (Carlos Fuentes).
Los puestos públicos solo estaban abiertos a los que mostrarán clase social, riqueza y linaje, así como la herencia racial. Un mundo nuevo terminó por formarse con manos y cuerpo, pero sin voz americana. Cuantas veces no escuchamos decir: ¡Queremos ser la voz de los que no tienen voz! Expresión bien intencionada, pero equivocada; porque no hay un pueblo mudo. Por eso, será en la construcción de una cultura, en donde América comienza a sentirse, en la pintura, en la literatura, la música y el pensamiento mágico. «Ningún país podrá construir jamás un orden social justo y equilibrado si no es capaz de reconocerse a sí mismo y de diseñar su proyecto económico, político y cultural a partir de esa conciencia de sus posibilidades y limitaciones”, nos dice William Ospina. Pero la conciencia de ser “europeos nacidos en América” crea en los criollos un actitud de agresivo desprecio contra la “pardocracia” como ellos llamaban la plebe mestiza y mulata, a la que consideraron desde entonces, su “enemiga natural” (en 1828, Bolívar hablaba de la “enemistad natural de los colores”). El desprecio social y el marginamiento político es la marca de los nuevos dueños del poder, de los “padres de la patria” como se autodesignaron. Bolívar juró liberar su patria en el Monte Sacro (en Milán) no en Machu Pichu o San Agustín y lo hizo sugestionado por las hazañas y las glorias napoleónicas.
La indecisión y la duda hizo que perdiéramos el paternalismo monárquico de España por el intervencionismo cercano de los Estados Unidos. Por eso, perdimos a Panamá, por eso estamos perdiendo nuestro paisaje cultural. Pensamos que cambiando de amo, nos convertíamos en democracias instantáneas. La dinámica modernizante excluyo al otro, creamos una fachada de leyes copiadas para ocultar nuestros hermanos pobres, nuestro país retrasado e injusto. Los ricos, los blancos, los machos y los militares usurpan el poder y simulan ser la única realidad posible. Confunden a propósito la cultura dominante con la cultura nacional. Se obliga al pueblo a padecer la historia, pero se le niega el derecho de hacerla.
Nuestro compromiso es a ayudar a que se desaten las voces de la realidad real. “Desatar las voces, desensoñar los sueños; la revelación de la realidad, la revelación de la identidad, exige el coraje de la contradicción. De nuestros miedos nacen nuestros corajes y en nuestras dudas están nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios, otra razón” nos dirá Eduardo Galeano. Por eso, de los extravíos nos esperan los hallazgos, porque tenemos que perdernos, que dudar de nosotros, para poder encontrarnos. Y es en las profundidades de la historia, en donde encontraremos las claves de otro destino, de nuestro destino. Por encima de las dudas y las indecisiones, la verdadera historia de América, es una historia de la dignidad. Y nosotros creadores y gestores, tenemos el orgullo de saberlo y el orgullo de decirlo; la verdadera Independencia es construir la cultura de la dignidad.