Entrevista con Óscar Collazos del periodista huilense Marcos Fabián Herrera
—El aforismo “la debilidad de los hombres será tu fortaleza”, que en “Batallas en el Monte de Venus”, le enseña la madre a su hija adolescente, ¿devela la complejidad y el “ethos” de la lógica femenina contemporánea?
—Es una formulación ética. Al provenir de una madre que «educa» a su hija, se convierte casi en el paradigma «pedagógico» de una época: dinero y éxito fáciles. No diría que es una «lógica femenina contemporánea» sino la red en la que cae fácilmente la mujer de nuestro tiempo.
—Los personajes que desfilan por “Adiós Europa, adiós”, cargan pasados infructuosos, vidas fallidas y un desarraigo que los confina a la desesperanza y la desazón. ¿Es la realidad de los emigrantes latinos, el sustrato que alimenta estos cuentos?
—En ese libro de cuentos hay dos topografías culturales: la provinciana de mis orígenes, incluso el escenario de la Bogotá actual (en el último cuento) y el desarraigo de aquellos personajes que viven en Europa. No hay desarraigo sin la evocación obsesiva de las raíces, que es lo que hace el pintor Ernesto, muriéndose en París.
—Novelas como “La modelo asesinada” y “Batallas en el Monte de Venus”, con aguda perspicacia retratan la sordidez y el advenimiento del culto a lo frívolo, ¿esto corresponde a una preocupación temática por advertir sobre estos problemas?
—Una vez le refería a mi amigo Gilles Lipovetsky el tema de esas dos novelas. «Ah, sí, es la «era del vacío», me dijo. Y lo es: entre la sordidez de las conductas y las superficies que recorren, existe ese nuevo culto a la frivolidad, el imperio de un narcisismo que ignora uno de los principios básicos de la modernidad: la solidaridad humana. Para escribir sobre esos temas, fue necesario recrear ese universo de formalidades que, en muchos sentidos, sustituyen la solidaridad por el cinismo.
—Su vinculación a Casa de las Américas, en un momento de agitación política, ¿qué posibilidades le abrió en su recorrido literario?
—Mi vinculación a Casa de las Américas, donde dirigí el Centro de Investigaciones Literarias fue un regalo imprevisto del azar. Estaba cargada de pasiones y esperanzas políticas y la realidad cubana las corroboraba o negaba. Me di cuenta de que las grandes ilusiones tratan de cumplirse con grandes errores.
—El caso Heberto Padilla, que significó la ruptura del “Boom” Latinoamericano con la revolución cubana, ¿qué tanto influyó en el movimiento cultural Latinoamericano?
—El «caso Padilla» fue un ejemplo de la perversión de las políticas culturales de la revolución pero también de los escritores que, como Heberto, querían hacerse célebres por medio de una disidencia perfectamente planificada. No es cierto que los escritores del «boom» hayan roto con la revolución cubana. Lo hicieron algunos: Carlos Fuentes, Vargas Llosa, etc., pero se quedaron con la revolución García Márquez y Julio Cortázar. Lo que se ponía a prueba era la capacidad crítica del escritor frente al poder, incluso frente al poder de una Revolución política y social que muchos aplaudieron en sus comienzos. Eso dividió el mundo cultural latinoamericano y fue objeto de polémicas agrias pero necesarias.
—Sus manifiestas posturas y compromisos políticos, ¿son un intento por recuperarle el valor a la intelectualidad en tiempos de autismo y desencanto?
—Podría decir que mis «manifiestas posturas y compromisos políticos» pasan por diversas coyunturas y épocas. En la actualidad, es el esfuerzo por recordar que no podemos renunciar al enriquecimiento de la democracia, que la autarquía es enemiga y que a menudo el desencanto recala en el cinismo. Colombia es un país lleno de paradojas: vivimos en medio de una guerra que parece no tener fin, nos acostumbramos a aceptar una sociedad criminalizada en muchos sectores, pero, al mismo tiempo, vivimos como si fuéramos ciudadanos de un primer mundo sin conflictos: apoteosis del consumo y del lujo, con sus secuelas de banalidad, pero también apoteosis de una sociedad que abre zanjas mayores entre ricos y pobres.
—Aunque su distancia y enemistad con R. H. Moreno Durán fue pública, ¿qué consideración tiene sobre su obra?
—Es una obra importante. Un excelente ensayista, un novelista recursivo y de gran ironía, un hombre de letras que fabricó el azogue de sus espejos a la percepción que tenía de sí mismo.
—Opinar en un país de intolerancias y en un periódico como El Tiempo, ¿qué riesgos y dificultades le ha significado?
—Opinar y hacerlo desde El Tiempo, un periódico en muchos sentidos institucional, no ha significado más esfuerzo que el de saber dónde está el riesgo, no para eludirlo sino para enfrentarlo con inteligencia. Alguna vez me amenazaron, eso estaba en el menú del columnista. Seguí opinando como si nada hubiera pasado. Lo seguiré haciendo así, no tanto para complacer a mis lectores sino para responder a las exigencias de mi propia conciencia. Ni héroe ni villano. Simplemente, un escritor con conciencia de época.
—Mario Vargas Llosa: ¿escritor políticamente incorrecto o un novelista ejemplar?
—Vargas Llosa es un gran escritor de novelas y un hombre liberal de derechas a quien sus novelas volverán insignificantes las posiciones políticas que adoptó en vida.
—¿Cuál es el estado de salud de la actual literatura colombiana?
—Goza de buena salud, más la poesía que la novela, no porque la nueva novela no ofrezca ejemplos admirables y prometedores sino porque la industria editorial tiende a inventar cada año a un nuevo genio. Si contemplamos la literatura colombiana en todos sus géneros, creo que somos ya un país con una modernidad irrevocable.
—La industria editorial publica y promociona autores y libros que figuran dos o tres semanas en los listados de los más vendidos, y cuya calidad es tan deleznable como su duración, ¿carecemos de una verdadera crítica literaria, que trascienda la escueta reseña?—Le amplío la respuesta anterior: lo terrible no es que la industria editorial cumpla el papel de promocionar productos perecederos sino que los escritores se crean los superlativos de las secciones de mercadeo del libro. La crítica, no es que no exista; permanece confinada en la Academia, pero, al no salir de ese nicho, quienes hacen su agosto son los escritores de reseñas amañadas por los editores. Las editoriales universitarias deberían (en parte lo hacen) llenar los vacíos del mercado mediante reediciones críticas de obras que la industria editorial sepulta o ignora. No importan las tirajes pequeños. Esas ediciones buscarían lectores y no consumidores. Hay atisbos serios en este sentido: editoriales de la Universidad de Antioquia, de EAFIT, de la Nacional, de la del Valle, del Externado, en fin, fuera de los circuitos comerciales, están llamadas a responder al vacío de la crítica.